No trabajas exclusivamente por dinero. Espero habértelo dejado claro. Si sigues pensando que estoy equivocado (tienes derecho, eres libre de patear toda la teoría del placer en el trabajo si ello te resulta más placentero), atrévete a responder afirmativamente a cualquiera de las dos cuestiones siguientes.
Si lo haces con erudición y facturas en mano, puedes escribirme a través de la web “www.trabajovivo.com” y te obsequiaré con cuatro entradas a Euro Disney, para utilizar cuando y con quien te dé la gana.
• ¿Has comprado, recientemente o en el pasado, o te han regalado (en este caso te pediría una prueba de posesión, la que quieras, si no te han dado un ticket regalo) un ingenio que te permita separar de verdad tu cabeza de tu tronco y volver al estado anatómico inicial a tu antojo?
• ¿Vendiste alguna vez todos tus órganos para hacer caja y quitarte peso de encima? El cuerpo se escapa por la boca en los cuadros de Bacon, pero no deja de ser una figuración. A mí me harían falta pruebas objetivas, literalmente de tu cuerpo sin órganos y tú vivo y coleando.
Son preguntas muy materialistas y caprichosas, lo sé; pero me pondrías en un brete si tuviera que elegir entre la bolsa o la vida, tengo que defender mi tesis y someterla al final a tu aprobación, lo que me fascina y me resultará placentero, y no lo hago exclusivamente por dinero, aunque me gane la vida con esto.
Por ello precisamente pido responder a las cuestiones, estrictamente con un sí o un no, lo que será como responderte a ti mismo dándome a mí la razón.
Lo siento, de principio soy muy testarudo. El no a tus respuestas lo tengo ganado.
El trabajo es una parte de la vida, con la bolsa más o menos llena, pero con todas las emociones de la sociabilidad, de la vida misma en su versión original.
Y la cabeza es inseparable del cuerpo, a riesgo de perder la vida con la testa descuartizada por llenar la bolsa con cuatro entradas a un parque temático de ficción.
¿Y qué es un cuerpo sin órganos?
Es una metáfora para hablar de los cuerpos emplazados fuera de las normas, algo equiparable a la regresión psicoanalítica, un mecanismo de defensa que consiste en el retroceso del yo a un estado anterior del desarrollo, para afrontar sucesos, pensamientos o impulsos inaceptables para el sujeto.
Por tanto, si me aportas sutilmente la factura del psicoanalista, te responderé, con la misma argucia, que andabas a la búsqueda de placer más bien que de dinero.
En el trabajo, la retribución que mereces no es sólo monetaria (cuanto más mejor y con puntualidad, es evidente), sino que hay una parte simbólica de tus emolumentos que no aparece en la nómina, ni siquiera en la cuenta corriente o en el bolsillo (si cobras en negro).
Incluso si nadie te paga porque es un trabajo de voluntariado o doméstico, mereces y esperas la retribución emocional que te voy a explicar.
Para convencerte de que no trabajas exclusivamente por dinero (ni tú ni yo ni nadie), tengo que profundizar en el análisis de la psicodinamica del trabajo.
“Al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero”, escribía Miguel de Cervantes, petado El Quijote de valores simbólicos.
El trabajo te da un lugar en la sociedad a través de la cooperación y el reconocimiento, que son sustentos inmateriales imprescindibles para tu identidad como persona, para tu autoestima. Puro placer. La válvula de la olla a presión que te explicaba en otro artículo.
Tu singularidad, lo que te distingue y que enriquece tu subjetividad, es un acontecimiento relacional.
Tu representación de ti mismo está condicionada por la representación de los otros.
El trabajo es un magnífico campo de juego para entrenar tu personalidad, para evacuar aceptablemente tus pulsiones primigenias.
Eres una máquina de deseos, a la búsqueda permanente del goce social.
De qué te serviría todo el dinero del mundo contigo en una habitación si estuvieras enclaustrado, sin puertas ni ventanas para poder salir y disfrutar?
Apenas podría servirte por el placer de haberlo conseguido.
El goce es social por naturaleza, no lo olvides.
Es cuantitativo, cualitativo y relativo.
En el trabajo hay mecanismos para el goce, no solo sensorial sino emocional.
Cuando entran en juego las emociones todo evoluciona, a mejor o a peor. Es precisamente lo que procuro enseñar a modular.
Enclaustrado, en una habitación sin puertas ni ventanas, no disfrutarías de las montañas de dinero, pero sí de las emociones, hasta de los sueños si te quedas dormido sobre un fajo de billetes o si sueñas despierto.
Tienes un cerebro emocional que se llama sistema limbico, donde reside la inteligencia afectiva, que tiene un papel trascendental en tus estados de ánimo.
El trabajo estimula el cerebro emocional a través de los procesos de cooperación y de reconocimiento.
Lo que me interesa es que analicemos la experiencia que vives en el trabajo.
Trabajas por placer, ¿pero consigues este objetivo subliminal?
Que trabajes por placer, subrepticiamente, no significa que lo consigas.
Es más el trabajo puede hacerte sufrir.
En general se ha focalizado más la clínica del trabajo en el sufrimiento que en el placer, una dicotomía imperfecta que yo trato de analizar, dando claves para tu realización personal del lado del placer.
En todo caso el trabajo no es neutral para la salud como puedes intuir.
Pero, un paréntesis de tres párrafos, necesito que imagines el trabajo como un iceberg.
La punta representa el trabajo prescrito, los procesos y procedimientos que te ordenan. Lo que recoge tu contrato de trabajo y que aceptaste, subordinado a las condiciones estipuladas y las normas impuestas. La psicopolítica, me gusta llamarlo.
La parte sumergida del iceberg representa el trabajo real, la parte «no escrita», intuitiva, experiencial y cooperativa, a veces informal. La psicodinámica.
Es la imagen oculta de lo que de verdad se cuece en tu actividad, lo que no te contaron pero que existe, el caos que resulta del desequilibrio entre lo que te piden que hagas y lo que realmente se produce. Hay días que tenías una agenda y ni siquiera pudiste consultarla, porque los problemas, las situaciones reales del trabajo, se sucedieron desde el arranque de la jornada.
Es en la parte sumergida del iceberg donde efectivamente se dilucidan tus estrategias, tus recursos personales, la relación con tus colegas, donde de verdad se moviliza tu inteligencia práctica y emocional, donde buceas, a contracorriente a veces, entre sufrimiento y placer, como te explicaré más adelante.
El trabajo es una actividad para la transformación del mundo que interviene sutilmente movilizando tu ingeniosidad y tu inteligencia para experimentar soluciones. Y eso te excita (¡ay tus pulsiones!) cuando lo compartes y cuando te lo reconocen.
Te pones a prueba y te descubres en las dificultades, y descubres al otro, individual o colectivamente, en su afectividad, en sus habilidades, en su destreza, en su inteligencia, a veces desgraciadamente en su perversión.
Ya te dije que trabajas por placer pero que no siempre se consigue. El sufrimiento está en la otra cara de la moneda.
El reconocimiento por uno mismo del trabajo realizado, y el reconocimiento a través del otro, constituyen una vía extraordinaria de acceso al placer.
O al sufrimiento.
La neutralidad del trabajo no existe.
Mentalízate, trabájate.
Obtienes del trabajo una remuneración emocional.
