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Trabajas por placer

Categoría: Autoconocimiento
📖 4 minutos
🗓 4 junio 2024
✏️Escrito por Francisco Casaus

¿Por qué trabajas? 

Si me dices que, por dinero, estás equivocado. 

Si me contestas que por necesidad, comienzas a orientarte.

¿Exclusivamente por necesidad económica? 

Vuelves a confundirte.

¿Y si te digo que trabajas por placer?

¡Ey, no me vaciles!, podría ser tu respuesta a estas alturas.

Sigmund Freud te enjaretó el atributo de libidinoso desde nada más nacer, con tu primigenia pulsión sexual, irrefrenable en las sucesivas etapas de tu infancia, cuando buscabas gratificaciones especiales con la inteligencia de tu cuerpo, desinhibido en busca del placer.

Más o menos hasta los 18 meses, lo intentabas morder todo, como queriendo descubrir el mundo con la boca. Y cuando no te dejaban morder, llorabas como un condenado, incontenible. ¡Qué pulsión!

Hasta los tres años, a sabiendas, porque ya podías controlar el esfínter en la defecación, te lo hacías donde y cuando te daba la real gana, salvo que estuvieras empachado. ¡Pobrecito! No sé si estabas entre los más cagones, pero Freud vinculaba este comportamiento con el placer nuevamente.

Entre los 4 y 6 años empezaste a darte cuenta de la sensación placentera de orinar, con una curiosidad por las disimilitudes en la forma de los genitales, la diferenciación anatómica sexual, por los modos de ser y de vestir. Te reían todas las gracias cuando señalabas los genitales de tu prima o de tu primo. No había límites a la pulsión. ¡Eras un niño!

¡Madre mía con tu pubertad! La antesala de la edad del pavo, cuando todo cambiaba en tu cuerpo. Aquí te diste cuenta de lo que era de verdad una zona erógena, viviste un periodo de deseo intenso, pero te cortaron el rollo, ¡ya no eras un niño! Se acabó el desenfreno. La pulsión había que controlarla. Algo así como contener el placer.

No te preocupes que en el contexto del psicoanálisis no se trata de sexo, sino de etapas e implicaciones profundas en el modo de relacionar nuestra personalidad 

con nuestra vertiente íntima, afectiva y basada en impulsos. Se entiende que tu historia pasada determina el modo en el que es modelada la relación de poder entre tu inconsciente y tu lucha por no expresar estos elementos que pertenecen fuera de tu consciencia. 

Eres una olla a presión, con una válvula para desahogar ordenadamente toda tu pulsión, el fuego interior (no necesariamente sexual) que hay que controlar en tu convivencia con los otros. 

Eres un animal social, no lo olvides.

Esa pulsión que estás obligado a gobernar, porque te has ido convirtiendo en un ser púdico y público, es una necesidad orgánica que se convierte en deseo psíquico y que llegas a contener con lo que también Freud denominó sublimación, que es una forma decorosa de reconducir tu fuego interior, la válvula de la olla a presión, una orientación hacia lo socialmente no reprobable que siga siendo una potencial fuente de placer.

Eres un ser que busca permanentemente el placer, desde que naciste. 

Probablemente desde el vientre de tu madre, jugando con el cordón umbilical, chupándote el dedo, dando pataditas. 

La diferencia entre la infancia y el paso a la edad consciente está simplemente en la canalización en la búsqueda de las fuentes de placer, la socialización de tus comportamientos.

La válvula.

De niño buscabas llamar la atención, permanentemente. 

La construcción del yo está cargada de narcisismo, no te quepa duda. En tanto que ser social has madurado sutilmente. Antes tú mirabas a los otros, sin prejuicios, a olla abierta.

Ahora estás pendiente de los otros, a olla cerrada y con válvula. Eres capaz incluso de imaginarte la vida de los otros y viceversa. Es tu condición evolutiva como especie. Estás necesitado de autoestima, esa secuela permanente del narcisismo con el que se construye tu personalidad, y de reconocimiento. 

Eres subordinadamente humano.

Precisamente el trabajo interviene en la construcción de tu identidad. Es una actividad sublimatoria, socialmente concebida y que, a través de la autoestima, tu empoderamiento, y el reconocimiento de los otros, puede ser una válvula de escape para normalizar tus pulsiones hacia el placer. 

Hago medicina del trabajo desde hace más de treinta años y me he formado como especialista en Psicopatología en París, de las fuentes del fundador de la disciplina denominada Psicodinámica del Trabajo, que concibe la centralidad del trabajo, su papel trascendental en el desarrollo de la identidad personal.

En la clínica del trabajo, contabilizando más de 10.000 pacientes que vinieron a mi consulta describiendo situaciones de sufrimiento moral, te puede asegurar que jamás tuve nadie que centrara sus problemas en la retribución económica (salvo aquellos casos ligados a una reestructuración o a la falta de solvencia de la empresa), sino más bien en lo que podemos llamar la retribución afectiva, que tiene que ver con las emociones, no con el dinero, y que tiene la enorme carga simbólica de la autorrealización, de la autoestima, del desarrollo de la identidad que se modela a través de los mecanismos de cooperación y de reconocimiento en el trabajo.

Incluso para aquellas personas en las que la identidad al final de la adolescencia es incierta, inmadura, inacabada, con riesgos de crisis vitales, se ha visto que el trabajo, a través del reconocimiento, constituye una segunda oportunidad para la construcción de la identidad personal y de la salud.

No te estoy vacilando. 

Tus pulsiones primigenias también se canalizan hacia el trabajo.

Trabajas por placer.

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