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¿Quién soy yo?, como el barco de Teseo

Categoría: Autoconocimiento
📖 4 minutos
🗓 19 junio 2024
✏️Escrito por Francisco Casaus

“¿Quién soy yo?” La identidad personal nos proporciona un sentido de permanencia y de singularidad, es la separación y la diferenciación entre el yo y los demás, nuestra manera peculiar de entendernos, de enfrentarnos y de comprender el mundo.

Estoy en el mundo (permanencia), tengo una marca personal registrada (singularidad).

La identidad no solo es una realidad subjetiva, también se trata de una realidad social. No es tanto “yo soy yo”, sino “yo soy ese yo que se define frente a los demás”.

La experiencia del trabajo tiene un rol central a la hora de moldear nuestra forma de sentir el mundo y de interpretarlo, nuestra huella. Hay una dinámica de la construcción de la identidad que también se juega en el trabajo.

El sentido de pertenencia que confiere el trabajo es, de alguna forma también, un sentido de permanencia en la sociedad.

Necesitamos que nuestras aportaciones sean respetadas, que nuestra colaboración sea percibida, que nuestras contribuciones sean valoradas. 

En tanto que cooperamos y somos reconocidos pertenecemos a una obra común. Permanecemos en este mundo.

Este sentido de pertenencia versus permanencia es muy interesante para comprender la oportunidad que representa el trabajo en la construcción de la identidad humana y, sensiblemente, la segunda gran oportunidad que a veces representa para aquellas personas a las que los sistemas de cooperación y de reconocimiento fallaron en las primeras etapas de la vida.

Pertenezco luego permanezco. Soy yo en la sociedad.

Pero también soy yo, con mi particular forma de hacer y entender las cosas. Soy yo, ése que se define frente a los demás, ese yo singular. El sentido de pertenencia y de permanencia y la singularidad se construyen dinámicamente, en la interacción con uno mismo (autoestima) y con los demás (cooperación y reconocimiento).

El trabajo tiene un rol formidable en la construcción de la identidad, de la armadura mental del trabajador.

Entre las leyendas de la Antigua Grecia, que subrepticiamente eran puro pensamiento filosófico, destaca la de Teseo, uno de los potenciales fundadores de Atenas, hacia donde realizó un primer viaje en barco desde Creta. Se dice que el barco de Teseo fue utilizado durante tres siglos, a base de reparaciones y del reemplazo de piezas. Al final, tras tanto tiempo, el barco ya no se parecía al original. Ninguna de las piezas del barco se correspondía con las primeras que se habían usado para construirlo.

El problema, y lo que se convierte en una paradoja, es que es muy difícil saber exactamente el punto en el que una cosa pasa a ser otra distinta si reemplazamos sus partes. 

¿Cuál fue el verdadero barco de Teseo, el que navegó en su primer viaje o el resultado posterior, tras el paso del tiempo y todas sus renovaciones?

En la antigua Grecia se hacían las preguntas y se daban las respuestas. El filósofo presocrático Heráclito decía que “ningún hombre puede cruzar el rio dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”. Es decir, el cambio es permanente, o no hay nada permanente excepto el cambio.

¿La identidad se renueva o se cambia?, ¿sigue siendo la misma o es otra?

Cuando nos miramos al espejo con el paso de los años, ¿vemos a la misma persona?

Físicamente seguro que no.

¿Mentalmente?

Nuestro reflejo sería muy probablemente una mirada atrás, activando los retrovisores emocionales, para remover nuestra identidad social, nuestras relaciones con los demás, nuestras interacciones con el entorno, nuestros planes, nuestras obras, el cómo ha sido nuestra vida en relación con los otros. El cuerpo envejecido y cambiado no es difícil de identificar. El envoltorio seguro que ha cambiado.

¿Mentalmente vemos a la misma persona? ¿Tampoco o también?

La paradoja del barco de Teseo todavía es objeto de debate filosófico, pero nos ayuda a comprender y a reflexionar sobre si nuestra identidad evoluciona y si el trabajo, que ocupa una buena parte de nuestra vida en sociedad, condiciona y repercute en lo que somos.

Si entendemos la oportunidad que el trabajo representa, el triple sentido de la pertenencia, la permanencia y la singularidad, cincelado con la psicodinámica de la organización del trabajo, nos aproximamos al quid de la cuestión: los mecanismos de la salud y el placer por el trabajo.

El trabajo nos hace estar en el mundo y ser parte del mismo, con nuestra marca, nuestro sello, nuestra huella, nuestra singularidad, nuestra relación con los otros y la de los otros con nosotros, nuestra percepción de y por los otros.

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