Hace unos días me dejé influir de espíritu kafkiano en el museo dedicado al autor checo en el barrio viejo de Praga. La obra de Kafka muestra la ansiedad del hombre del siglo XX, una época de profundos cambios. De hecho, en sus escritos, a menudo, sus protagonistas se enfrentan a un mundo complejo basado en reglas que no llegan a comprender.
En nuestro siglo XXI es lo mismo, como si perdurara esta angustia kafkiana.
El autor parecía de otro mundo, una rara avis, alguien buscándose permanentemente a sí mismo: en este siglo todavía no nos hemos encontrado con nosotros mismos sin un reflexivo pesimismo.
« El significado de la vida es que se detiene », había escrito Kafka. De paso, afinaba una verdad indubitable, absoluta: todo se detiene algún día.
El último segundo nos mata: cada uno su último segundo. Todos iguales ante el inexorable ocaso.
Sálvese el que pueda parece una constante vital, colectiva y sempiterna.
El 2 de agosto de 1914 escribió una de las frases más recordadas de sus diarios, en los albores de la Primera Guerra Mundial: « Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, clase de natación ».
La retrospectiva histórica debe ponernos en guardia: el ser humano es eternamente terco, aburrido y letal.
En el caso de las historias de Kafka, estas reflejan lo absurdo de la burocracia de su tiempo, un mundo que el escritor conocía muy bien (fue pasante en una correduría de seguros). En realidad, muchos de sus personajes son oficinistas atrapados en un sinfín de obstáculos, y que, además, deben cumplir con tareas tan ilógicas que a priori ya están condenadas al fracaso. Así, esta burocracia absurda se convierte en kafkiana, por el modo en que reacciona cada protagonista.
Kafka, además de escritor, poeta, filósofo y sociólogo, fue un lector empedernido de la gran obra de Miguel de Cervantes, habiendo resumido su experiencia con otra realidad impregnada de notable pesimismo: « la desgracia de Don Quijote no fue su fantasía sino Sancho Panza ».
Con la que nos está cayendo, el escenario kafkiano está vigente, aunque haya transcurrido más de un siglo, tan tercos colectivamente que nos repetimos en los errores.
Probablemente en las empresas que aspiren al liderazgo psicosocial lo más importante sea saber transformar la pasión de sus trabajadores en carácter corporativo.