Cuando la renta del trabajo no permite el acceso a necesidades básicas como la vivienda es que nuestra sociedad no va bien. Sin su poder de emancipación, el trabajo se queda desnudo e indefenso en un mundo que valora más la multiplicación de los peces (la especulación inmobiliaria, por ejemplo) que el arte de la pesca (el premio a partir del esfuerzo).
Los debates sobre cargas horarias, permisos, etc… son cortinas de humo superficiales que enmascaran una dolorosa realidad: las rentas del sueldo medio no dan ni para pagar el alquiler más barato en las ciudades con las mejores ofertas de trabajo. Una contradicción que obliga a repensar nuestra organización social. No basta con repensar el trabajo cuando este pierde su virtud emancipadora.
El blog de hoy es un paréntesis.
Nuestro interés profundo es analizar el empoderamiento por el trabajo, su psicodinámica, los mecanismos de cooperación, la necesidad de reconocimiento de la empresa y entre compañeros para proteger la salud mental con el poder de la autoestima.
El arte de trabajar pone a disposición de sus actores capacidades para la transformación del mundo.
Eso creo y me resisto a ceder en mi defensa de la salud por el trabajo. Pero reconozco andar un poco perdido cuando contemplo como nuestra sociedad sigue estrellándose contra el muro de la indiferencia ante tanta injusticia social. Hoy, un paréntesis.
Que un joven no pueda emanciparse con las rentas del trabajo pone en evidencia que estamos más confiados a la suerte que a la lógica. Cara para los que poseen bienes y multiplican sus peces. Cruz para los que trabajan sin poder pescar.
Menudo panorama para los que trabajan y no pueden. Este problema no se resuelve repensando el trabajo sino repensando la sociedad que estamos organizando torticeramente: solo hay jamón para unos pocos.