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Burnout (IV): un extracto de mi próximo libro

Categoría: Autoconocimiento
📖 4 minutos
🗓 21 octubre 2024
✏️Escrito por Francisco Casaus

Fui la persona más egoísta del mundo, todo tenía que ser perfecto, justo o injusto, posible o imposible, la perfección en todo lo que me ordenaban.

Estar ahora hablando de salud mental me ha salvado la vida. Hasta pensé en el suicidio.

He consultado a todos los médicos del mundo por mis dolores de cabeza y articulares, la torticolis, mis problemas digestivos, hasta me volví de una coquetería imbécil porque se me caía el pelo y quería estar elegante con los clientes. Más que un trasplante de pelo me hacía falta un trasplante de cabeza.

¡Qué idiota! Me preocupaba el físico, aunque no durmiera, pero ha sido hablar de la salud mental lo que me ha salvado la vida.

Si te caes por las escaleras de la oficina y te rompes una pierna, enseguida llega un médico a ayudarte, pero nadie viene cuando el problema es de la cabeza.

Creamos rutinas de salud física, pero no caemos en crear rutinas de salud mental. Es una incongruencia cuando, sin necesidad de caerte, el mal empieza por la cabeza.

He buscado ayuda.

Es la mejor decisión que he tomado en la vida. Lo que me ha salvado.

Yo solo no podía controlar mi cabeza y además el origen del mal era incontrolable, no estaba en mi cabeza, aunque la ocupara hasta desbordarla.

Esas punzadas eran físicas porque se sentían, terribles, pero insidiosas para la moral, para el espíritu.

Era algo más.

Con una cefalea que no tiene nada que ver con la moral, uno no se siente mal con uno mismo. Se busca un paracetamol y te acuestas. En mi caso la cama era un infierno, como un laboratorio perverso en el que se arremolinaban los pensamientos. Hay que controlar la cabeza, nunca se queda callada y puede contaminarme. ¡Qué estupidez!

He acatado siempre las decisiones de la empresa y comprendo que existan objetivos y la planificación de estos, incluso personas que te los marquen y que sigan las consecuciones. Pero que todo venga predeterminado y que no sea coherente con la realidad que vives cada día o que viven tus compañeros, con una imposibilidad absoluta de influir en las decisiones que afectan a nuestro trabajo, a nuestra organización del tiempo, de las tareas, de la carga de trabajo, eso te termina machacando.

Y pasa factura mental, ahora lo estoy comprendiendo.

¡Puto trabajo!

Yo era feliz en el trabajo y me sentía cómodo, hasta que empezaron a pedirme cosas que esperaban de mí en contradicción con lo que yo esperaba de ellos y lo que yo hubiera implantado para continuar creciendo.

¿Era yo el que dirigía el equipo o una simple marioneta?

Me dejé hacer, lo sé, por eso precisamente puede que lo esté pagando en mis carnes.

De un golpe seco, de un apretón de manos autoritario y sostenido, me quedé sin expectativas. Me di cuenta, creo que todavía a tiempo. No tenía autonomía, no era yo, probablemente no pueda nunca recuperarme en esta empresa, quién sabe, mi psicóloga dice que estamos trabajando bien, pero por lo menos quiero recuperar mi salud, mi autoestima.

No me quiero como antes.

He cambiado por eso justamente. Pensaba que nadie me quería como antes, pero era precisamente yo el que había empezado a no quererse. No quiero bloquearme más veces. Tengo que recuperar el amor propio.

No puedo decir que mi trabajo fuera monótono, es una de las preguntas que mi hizo la psicóloga en la primera consulta, pero por periodos era caótico. Reconozco haber llegado a casa, fatigado, angustiado a veces (…)

Un todoterreno, para eso había crecido en la empresa desde abajo. Me sentía un potente Toyota en un rally, con los primeros de la fila aplaudiéndome desde los bordes de la pista. Este año llegaría otra vez a la convención anual, dopado con los resultados, por haber cumplido con lo que se esperaba de mí.

Ese era justamente el problema, que no eran mis expectativas, aunque yo me marcara la auto imposición de llegar, sino las expectativas de la dirección, sin analizar las dificultades, los contratiempos, la realidad de nuestro trabajo diario.

Pero a veces el Toyota se resentía, en la travesía del desierto había dunas insufribles y, sobre todo, muchos momentos de incertidumbre.

Jamás hubiera imaginado una puerta de salida sin retorno con lo satisfecho que estaba con mi trabajo, pero el estrés es muy perturbador. Ves la muerte en vida, qué sensación más extraña. Y a veces ves la muerte como la forma de recuperar la vida.

Stop.

He comprendido a mi psicóloga, hay que relativizar.

El trabajo es una parte de la vida, no lo es todo. Quizás para mí el trabajo lo era todo. Yo que sé.

¡Puta vida!

Stop.

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